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Diario de marear

Walter Benjamin y el Kintsugi

Domingo 06 de agosto

A propósito de una frase de Terentianus Maurus, que pienso elegir como divisa si me diseño un ex libris: "Pro captu lectoris habent sua fata libelli" ("De acuerdo a la capacidad del lector los libros tienen su destino"), y mis derivas por la web en la búsqueda de información sobre su obra, releí un texto de Walter Benjamin al que le encuentro semejanzas con otro que escribí: Un paseo por la casa. El artículo son reflexiones sobre mis primeras lecturas, las que me han marcado y otras que voy leyendo, en una suerte de continuidad de las primeras.

Esas cavilaciones se vieron reforzadas cuando releí "Desembalando mi biblioteca" de Walter Benjamin, a propósito de abrir las cajas donde ha traído sus libros y ubicarlos en su nuevo hogar; recorre sus lecturas y la caza de textos que le han interesado en anticuarios y subastas de libros; además, muchos de ellos encontrados por verdadero azar. En este viaje -no Un paseo por la casa como lo he planteado yo sino Un paseo por mis bibliotecas- Benjamin va elaborando conclusiones de su vida como lector, entre otras que la existencia del coleccionista, en este caso de libros: "oscila dialécticamente entre los polos del orden y del desorden".

El orden y el desorden son las tensiones que mantienen el equilibrio dinámico, la vieja sentencia: "orden hay sólo en los cementerios, pero allí todo está muerto" se aplica a quienes, a diario, tenemos derivas por bibliotecas, propias o ajenas, públicas o privadas. El problema del desorden se evidencia cuando uno busca lo que no es cotidiano, lo que en algún momento, con el criterio de las lecturas influyentes, nos llevó a cierta clasificación.

En el caso de ciertos libros es fácil alojarlos, por ejemplo: tengo una vieja edición de Tiempo Contemporáneo con una serie de ensayos sobre Hemingway, ese libro no hace mención al original del cual fue traducido, tampoco al compilador. Sin embargo, fue fácil de acomodar; no está en la sección de crítica literaria sino junto a la obra de Hemingway. Pero tengo otro caso de otra antología de críticas literarias: Estados Unidos en sus ensayos literarios, publicada por la UNAM y que encontré, por casualidad, revolviendo estantes de una librería en Coyoacán, en momentos en que andaba husmeando la sección de arte mexicano a la caza de trabajos sobre la obra del dibujante Guadalupe Posada. El azar de este hallazgo, acompaña a su contenido, porque Estados Unidos en sus ensayos literarios, es una bella antología de análisis y críticas de escritores norteamericanos sobre la obra de sus colegas. Dije "una bella antología" y recuerdo a María Elena Walsh que alguna vez habló de "antojolía", porque el problema fue ¿dónde acomodar este libro?, solución: en el placard que alberga casi tres metros de estantes -mido las bibliotecas por metros- donde hospedo a este tipo de libros, acomodados de arriba hacia abajo según la última consulta. Esto a propósito de otra pensamiento de Benjamin: "Una colección, ¿qué es sino un desorden tan familiar que adquiere así la apariencia del orden?"

Miro otra biblioteca estrecha que tengo enfrente de mi escritorio, a la izquierda de la amplia puerta corrediza que da a un balcón, seis estantes de 75 centímetros. Dos de ellos están destinando a un trabajo sobre New Orleans que me llevará los próximos años. En él tengo, entre otras cosas, los dos volúmenes de las obras completas de Mark Twain en español, The Adventures of Huckleberry Finn y Life on the Mississippi, Old Creole Days de Geoge Washington Cable; estos libros retirados de los estantes de la biblioteca de literatura extranjera, porque allí no hay problema, los acomodo por orden alfabético de apellido; todos mezclados, sin importar la lengua original, como en la Torre de Babel. Pero, además, en esta biblioteca destinada a New Orleans tiene más visitantes de otras estanterías: New Orleans 1867 un voluminoso y difícil de acomodar en estantes -25 x 30 centímetros- tomo de fotografías, retirado de los estantes de libros de fotografía; y dos volúmenes dedicados a la estadía de Degas en New Orleans, retirado del orden alfabético "D" de -valga la aliteración- la biblioteca de libros de arte.

Mientras más pienso sobre el texto de Benjamin, me acuden otras relaciones, muchas bibliotecas -entre otras la mía- se han armado sobre los fragmentos de otras compradas en negocios de libros usados o en sitios web. Fragmentos que la nueva unión hace más fuertes como el milenario principio estético japonés: el arte del kintsugi.

Kintsugi consiste en reparar cerámica rota con una laca fuerte que se rocía con polvo de oro o plata. De manera tal que se destacan los puntos donde se han pegado los fragmentos o rellenado los faltantes, en lugar de ocultar los defectos se los destaca. El resultado es que estos lugares resaltados en plata y oro son ahora la parte más fuerte de la pieza y se celebran y se admiran; el kintsugi agrega un nuevo valor de complejidad estética a las piezas restauradas y hace que estas sean más valoradas que las que no se han roto.

Pienso en kintsugi y me acude la frase de Hemingway que, de alguna manera, sintetiza su poética: "The world breaks everyone and afterward many are strong in the broken places" ("El mundo nos rompe a todos, y después muchos se vuelven más fuertes en los lugares rotos"). Porque todos los protagonistas de sus obras son, de alguna manera, personas que se sobreponen a las adversidades. Desde la primera página sabemos que van a perder, pero lo importante es cómo transitan ese camino con dignidad, "se vuelven más fuertes en los lugares rotos".

Otro tanto pasa con las bibliotecas, rotas y recompuestas por sus nuevos -y felices- propietarios que son los artífices de esa suerte de kintsugi bibliófilo cuya divisa es: "Pro captu lectoris habent sua fata libelli".

Porque siempre que resuelvo dar un nuevo orden a la biblioteca, al final de un día con libros desparramados por el suelo, mesas y sillas, por enésima vez concluyo que todo intento de orden lleva a un nuevo caos o a la parálisis total. Me resigno y los vuelvo a recolocar, con ligeras variaciones en el orden original. Los estantes siguen en su nuevo desorden dinámico. Pero ahora relumbran las uniones, el conjuro del kintsungi ha obrado su milagro. He rescatado algunos libros cuya lectura tenía relegada o que debo volver sobre sus páginas.